Todo comenzó un día de noviembre del 2015. Cuando cansado del estancamiento tecnológico de Ubuntu en el escritorio, decidí migrar a Fedora. La llamada “distribución de GNOME por excelencia” me llamo la atención, porque justamente siempre había querido probar GNOME Shell y la experiencia ofrecida por Ubuntu GNOME dejaba que desear.
Fedora me hizo sentir en casa desde el momento en que arranque el Live USB. Cuando descubrí dnf odie a apt-get. Y desde entonces no me siento cómodo en otro DE que no sea GNOME.
A pesar de tener un modelo de lanzamiento muy cuestionado, Fedora logra crear un sistema operativo actualizado y estable.
Quizá en un tiempo, si siguen mejorando sus sistemas de revisión de cambios, podremos tener un Fedora roling relase con Rawhide, lo que seria el paraíso para aquellos como yo que arriesgamos un poco de estabilidad por tener lo ultimo.
Mi gusto por tener la paqueteria de software actualizada a la ultima versión lo más rápido posible, me hizo querer probar la familia Arch Linux, y a pesar de proferirla sobre la Debian/Ubuntu no me logra hacer sentir igual de cómodo que Fedora.
GNOME con su Shell es el único lugar donde estoy tranquilo. Un concepto minimalista y moderno, pero sin perder el toque. Nada de entornos de escritorio que te remontan a la década de los 90 como MATE y Cinnamon. O Unity que se quedo en el 2012. Y por ahí anda KDE, que a pesar de tener una gran calidad técnica, me aleja con su complejo de Windows 7 minimalista, y a pesar de los intentos de su equipo de diseño por crear una interfaz moderna, me sigue pareciendo feo… aunque obviamente es algo subjetivo.
En mi opinión, actualmente Fedora y GNOME son vanguardia en el escritorio Linux. Y quizá más tecnologías impulsadas por ellos lleguen a ser estándares, como es el caso de Flatpak y Pipewire.
Ya son 2 años en Fedora, y vienen más.